Tengo que confesaros una cosa. No sé cómo demonios meterle mano al capítulo final de esta historia. Y tiene gracia la cosa, porque llevo cerca de dos meses machacando con el tema sin ningún miramiento, y justo ahora, en el clímax, os dejo a medias…
Porque sí, han trascurrido ya más de dos semanas desde mi primera participación en la 101 de Ronda. Y resulta increíble, pero bastaron apenas tres o cuatro días para volver a tener ese extraño sentimiento de que realmente todo lo vivido ese fin de semana no ha sido nada más que un sueño. Exactamente la misma percepción que tuve antes de viajar a Ronda. Sin embargo son demasiados los recuerdos y vivencias como para dejarme vencer por esta sensación. ¡Realmente estuve allí! Y seguramente suene excesivamente profundo, pero ahora soy una persona distinta a la que la que viajó a Ronda entonces.
Pero volviendo al tema, ¿Por qué soy incapaz de escribir el relato de mi carrera? Tengo material y sentimiento de sobra para ello (quizás sea ese el problema). Puede que por primera vez sienta la presión tanto de agradar a mi público como de ser fiel a mi mismo. Porque hay que reconocer que mis lectores habituales, en su mayoría, tienen el mismo interés por el Trail Running (o cómo suele denominarse en círculos más técnicos, correr por el monte) del que yo pueda tener por el punto de cruz. “Correr es muy aburrido”, habré escuchado mil veces… y entonces ¿cómo hacer que una carrera de 101 Km no sea un tostón de relato? ¿Qué enfoque puedo darle para hacerlo mínimamente atractivo?
Mi primera “preocupación”, antes incluso de relatar la carrera en sí, era poder trasladaros una mínima parte del espectáculo que supone este acontecimiento en la ciudad. Porque el increíble ambiente que se respira por todas las esquinas de Ronda te cautiva desde el día anterior a la carrera. Una ciudad entera volcada con la prueba, mezclando el apoyo de sus gentes con el colorido y pasión de los participantes recorriendo sus calles. Ya había oído hablar de esta “atmosfera” increíble, pero mi recorrido a pie a lo largo de toda la calle Espinel, desde el parking donde dejaba el coche hasta mi hotel (situado justo frente a la línea de meta), superó por completo cualquier idea preconcebida. La calle abarrotada con esa mezcla de turistas, lugareños, y participantes en la carrera, paseando estos con sus equipaciones, llenando tiendas y terrazas, ofrece un espectáculo con denominación de origen…. Y me descubre una ciudad con un ambiente diferente y espectacular a partes iguales. Por supuesto que uno ya había visitado la Monumental Ronda… pero el clima de ese día es difícil de olvidar; para no perdérselo, ya seas amante o no de este tipo de competición.
Y sin duda eso era fue solo el aperitivo… Al llegar al hotel se está montando una sesión de fotos con todos los huéspedes participantes. Y quieren que yo salga en ella. Joder, ¡Realmente voy a correr la 101! El hall está permanentemente ocupado por gente con sus bicis, con sus mochilas… ¡No quiero perderme un segundo de esto! Subo corriendo (es un decir), dejo mis cosas en la habitación y me lanzo corriendo (es otro decir) a disfrutar de nuevo el ambiente de la Ciudad. Primero paseando hasta la plaza de España y el tajo de la cuidad, deleitándome con el clásico paseo Rondeño, salpicado en esta ocasión por las primeras olas del maremoto de color que inundará mañana estas calles. Después recorro la alameda del tajo, lugar donde acabará la carrera y donde se está dando ahora la cena de pasta. Reconozco que no soy muy fan del mundo militar, probablemente en parte por no haber hecho la mili. Sin embargo la impresionante infraestructura y elogiable dedicación desplegada por parte de la legión me pone la piel de gallina por primera vez en el fin de semana; y como digo esto no es más que la punta del iceberg.
Pocas veces te enamoras dos veces de la misma ciudad, pero a veces ocurre. La Ronda monumental me robó un trocito del corazón hace ya un tiempo. La ronda cientounera se lo ha quedado para siempre.
Pero bueno ¿Y con mi historia que hago? ¿Cómo la enfoco finalmente? Pensé entonces en basar mi relato en dos ideas claves. La primera sería darle forma de diario personal del fin de semana, del estilo:
- Jueves 8 de Mayo. Mañana viajo a Ronda. Ya no puedo echarme atrás… se lo he dicho a demasiada gente. Aún así me sigue pareciendo un sueño. Normal, desde el mismo día en que conseguí plaza nunca pensé que realmente iba a participar en la prueba. Ni siquiera este último mes en el que sí me tomé mi entrenamiento en serio. Además, y como tendré que explicar no pocas veces este fin de semana, esta será mi primera participación no ya solo en la 101, sino en una carrera de cualquier tipo. Ni maratones previas, ni medias… ni una triste 10K. La 101 será mi debut en la competición. Así que en realidad creo que nunca dejó de ser una bonita fantasía; un reto inalcanzable que me lancé sin demasiada convicción.
El problema de escribir un diario es que este formato aguanta relativamente bien los prolegómenos, pero dificulta bastante el relato de la propia carrera. Y además pensé que, siendo sincero, a nadie interesa saber qué desayuné la mañana de la carrera (por mucho que un plato de pasta integral con un plátano y acuarius no sea un desayuno muy normal…).
Mi segunda idea era jugar con la sorpresa del resultado final; si finalmente conseguí acabar la carrera, que era mí objetivo más ambicioso, o me quedé (que no rendí) en un punto intermedio. El problema es que el 90% de los lectores asiduos a mi blog conocen ya el final de la historia… así que a la mierda la sorpresa. Muchos conocen incluso que ya el miércoles siguiente, apenas tres días después, estaba de nuevo en el gimnasio para iniciar mi vuelta a la actividad. Con mi cuerpo pidiéndome de nuevo correr, aunque controlándome para esperar a curar las ampollas de mis pies. Y con una respuesta tan positiva de mi cuerpo que daba da la razón a ese sentimiento de que no di todo lo que tenía en carrera. Quizás por la prudencia del debut, el desconocimiento de mi capacidad para soportar distancias de mas de 40 Km, el miedo que me metieron historias previas (y especialmente situaciones críticas presenciadas a lo largo de la carrera…)…
Así que con esto quedaban desmontadas mis dos únicas ideas para dar forma al relato ¿Cómo lo hago entonces? ¿Renuncio a escribir mi historia? ¡Eso nunca! Quizás lo más adecuado sea construir un relato breve, sin ser excesivamente fiel al devenir en el tiempo de los acontecimientos, evitando detalles técnicos o acerca del desarrollo en sí de la carrera, y centrándome más bien en mi valoración global de la experiencia, que si puede ser algo más “novedoso” para casi todos vosotros.
Fue entonces cuando entré en conflicto conmigo mismo. ¡Una experiencia vital así no puede ser pasada de puntillas en un blog que lleva mi nombre! ¡Merece su espacio! Además quizás mi relato llegue también a manos de algún cientounero… o incluso de a alguien que se esté planteando participar en un futuro, y que le interese incluso conocer alguno de los consejos que a mi me han dado; como por ejemplo cargar la mochila con lo mínimo e imprescindible. Gracias a (no) seguir ese consejo yo salí a correr con la sensación de poder perderme y vivir en el monte una semana con todo lo que llevaba encima (y que no usé ni la mitad): barritas energéticas, geles energéticos, magnesio, ibuprofeno, calcetines, calmante muscular , crema solar, dinero, las llaves del coche, un cargador de bolsillo para dispositivos electrónicos, un cortavientos, parches para ampollas, vaselina, mi bote de agua, una bebida isotónica, un ipod, el Frontal,…
Además, me lo crea o no, ya soy parte de esa familia… así que también me debo un poco a ellos. Por lo que sigo en las mismas, igual de perdido.
La verdad es que la mañana de la carrera, mientras cruzaba de nuevo una calle Espinel, bastante solitaria todavía, reconozco que iba ya pensado cómo escribir después mi experiencia. En ese punto apenas me cruzo con algún grupo de participantes, la mayoría aún desayunando o calentando en sus bicis. Sin embargo al salir a la Avenida de Málaga la marea de participantes me arrolla; y me olvido definitivamente del blog.
¿Y si recurro al humor? Eso siempre funciona. Anécdotas no me van a faltar. Por ejemplo puedo recordar a la pareja de amigos que iban peleándose mientras caminaban:
- ¡Pero por qué estas tan cabreado miguel!
- Porque vamos muy deprisa.
- ¿Quieres que vayamos más despacio? Pues nada, vamos más despacio. Lo que quiera el señor… pero vamos, que eres un cabezón…
- ¡Sí! ¡Cabezón! Porque quiero hacer la carrera al ritmo que hemos entrenado todo el año, no al que a ti te sale de los huevos ahora…
- Cállate la boca y mírate la glucosa a ver como vamos… (el amigo se saca un medidor de glucosa como los que tienen los diabéticos, sin serlo, y se la mide).
- 70. Tenemos que comer.
El problema es que realmente, y sin que sirva de precedente, no me parece adecuado cargar en exceso mi relato hacia el lado cómico. Y no simplemente por un cierto tipo de respeto corporativo, sino porque creo no sería una representación fiel de la 101. Por supuesto que hay muchos momentos graciosos, pero en casi todos ellos es en realidad el sufrimiento, la dureza, y el compañerismo lo que predomina; y lo que genera finalmente ese tipo de situaciones; como cuando un compañero de carrera me pidió que le alumbrase con mi frontal mientras hacia pis para ver si orinaba sangre. Y con ello ya he desvelado que se hizo de noche y yo seguía en carrera…
Porque de lo que realmente te das cuenta el día de la carrera es lo difícil que resulta algo tan simple como seguir tu plan. Pero claro, cuando está a punto de arrancar la carrera, entre las palabras del coronel de la legión, el chupinazo y el furor de la gente se te ponen las pilas y la adrenalina al 1.000×100. Y os aseguro que todo el mundo arranca esta carrera con un planteamiento de carrera, o al menos con un objetivo. Y a pesar de mi total inexperiencia y de mi corto entrenamiento, yo también lo tengo en ese momento todo pensado. Sé que realmente es muy difícil acabar la carrera… y sin embargo, por mucho que haya dicho a mi gente que con llegar a mitad de carrera estaría ya contento… mi objetivo es acabar. Por eso mi estrategia pasa por hacer andando toda la carrera, ya que en mi entrenamiento he comprobado que la carrera desgasta mucho más mi musculatura… y sobre todo un tendón peroneal que lleva meses dándome señales de alarma.
Por eso declino la invitación de mis amigos de salir a su ritmo, ya que su objetivo es más ambicioso. En ese momento, justo antes de salir les deseo suerte. Ellos se están bebiendo entonces un complemento energético (¡con todo lo que traigo y no vengo preparado coño!). Estaba alertado del subidón que te da la salida, y además soy un tipo tranquilo, así que no me resultaría complicado controlar mis emociones y salir andando desde el principio. Y entonces, ¿por qué me encontraba ahora corriendo por las calles de Ronda?
¿Sabéis una cosa?. Ya me queda claro. Soy incapaz de racionalizar este relato y darle la forma adecuada… Está claro que soy un escritor novel, y un corredor novato. Es más, ya estoy corriendo por las calles de Ronda, y aún no he decidido como acabar de contarte la carrera. Así que me rindo. Llevo 1 Km y ya te he mareado como si hubieses hecho la carrera completa a mi lado. Así que voy a contarte lo que resta con el corazón más que con la pluma…
Es difícil expresar los sentimientos que produce encontrarte todo un pueblo volcado animando a los participantes como si fueran héroes. Da igual cual sea tu objetivo de carrera: optar a la victoria, entrar dentro de los primeros, hacer un buen tiempo, acabar como sea o, simplemente, medir tus fuerzas y llegar hasta ese punto un poco más allá de tus límites. Ellos te tratan como si fueras un heroe. Ronda te arropa con un cariño extremo. No fue ni mucho menos la última vez que sentí en ese día el calor de la gente, y sin duda tampoco fue el momento que más me emocionó (ese me lo reservaba el destino para unos kilómetros más tarde)… pero ese paseo por las calles de Ronda, con su gente en las calles, balcones, terrazas, … ese primer regalo me lo guardé dentro (lo hubiera guardado en mi mochila pero ya no quedaba sitio) y lo retengo aún hoy como un tesoro.
Todavía en Ronda, en la cuesta de santo Domingo, me alertan que mi dorsal se está desprendiendo de mi mochila… ¡Pronto empezamos! Decido parar varios minutos y asegurarme que lo coloco de forma estable y que no necesitaré volver a perder tiempo con esto. Arranco de nuevo a correr (a estas alturas ya he olvidado lo de no correr nunca). ¡Ya no paro más! Bueno, poco después, ya en las afueras de Ronda, la fila de corredores agolpados en un lateral de la carretera me hace ver que no era solo yo quien se estaba meando. Así que nueva parada.
Es curioso, pero hasta haber abandonado Ronda y encontrarme trotando por fin sobre tierra, ya en la soledad habitual del corredor de fondo (extraña soledad acompañado por miles de corredores), no tuve la sensación de encontrarme en carrera; hasta entonces era más una fiesta.
Fue en ese momento, dejado ya atrás el frenesí de Ronda, pero aún en los primeros kilómetros de la prueba, cuando recuperé en parte la cabeza y traté de redibujar el plan de carrera que me había marcado previamente, obligándome a centrarme en las claves que dentro de mi inexperiencia consideraba importantes:
1) Ritmo. Estaba claro que lo de no correr ni un solo metro y hacer la carrera entera andando no había funcionado por el momento… y el problema es que me sentía demasiado fuerte y bien como para volver al plan inicial. Así que cambio parcial de idea: mientras no sintiera ningún molestia muscular, o dolores en el tendón, alternaría carrera y paseo según fuese el terreno y las ganas.
2) Hidratación. Me habían recomendado no dejarme llevar o fiarme por las sensaciones en carrera, ya que en ese caso es bastante probable que el cuerpo te pida menos liquido del necesario. El problema es que yo no acostumbro a beber nada cuando entreno (mi tirada habitual son 20Km) y no tenía ni idea del volumen de liquido adecuado. Lo que si estaba claro ya a esa hora es que los 27 grados que se preveían de temperatura se iban a quedar muy cortos (llegamos a temperaturas de 35 grados). Así que me obligo a beber la botella entera de agua (600 cl) entre punto y punto de avituallamiento, y tomar al llegar a estos un par de vasos de acuarius. Eso al menos en las horas centrales del día.
3) Plan de Ruta. Para poder hacerme la carrera más “manejable” decidí dividirla “mentalmente” en tramos de 20 Km, ya que aparte de hacerla así más corta (que tontería, ¿verdad?), resulta que esta es la distancia con la que mejor me manejo por mi entrenamiento. Así, el primer tramo (0-20) podía tener la certeza de correrlo sin problema incluso a ritmo alto (aisladamente, claro). El segundo tramo (20-40) no era algo nuevo para mí, aunque no muy habitual. Debería poder asumirlo sin excesivos problemas. El siguiente tramo (40-60) sería mi reto a alcanzar; superar con ello mi mayor distancia nunca recorrida. El cuarto tramo (60-80) me parecía a priori difícil de alcanzar y, caso de lograrlo, sin duda mentalmente el más duro. Porque lo que sí tenía claro es que si por lo que fuera era capaz de llegar al último tramo entonces acababa la carrera aunque fuese arrastrándome (tampoco conocía demasiado bien el trazado de la prueba y no sé porque razón pensaba que la dureza de la misma estaba repartida de forma homogénea a lo largo de todos sus kilómetros).
4) Alerta = parar. Dicen que en este tipo de carreras no se puede estrenar nada el día de la carrera; nada que no se haya probado previamente. Yo estrenaba pantalones apretados, camiseta, gorra, medias de compresión para los gemelos (que además nunca había utilizado antes), geles energéticos (días antes no sabía que existían), crema anti-rozaduras, frontal,… y lo que es peor, me estrenaba a mi mismo. Mi primera ultra trail; mi primera carrera de cualquier tipo… y todo esto a poco más de un mes de ser papa por primera vez (otro estreno). Así que esta última regla no necesita mucha más explicación: al más mínimo síntoma de problemas físicos o riesgo de lesión, Ángel se vuelve a casa. No es el año de arriesgar lo más mínimo. Quien me conoce de verdad sabe que este punto es el que más esfuerzo me supondría cumplir…
Y en estas continué la carrera. Y los primeros 20 Km fueron un dibujo perfecto de mi plan. Corriendo más que andando, disfrutando la ruta, conociendo gente, sintiendo el calor de los vecinos…y del puñetero sol, recargando agua en cada control, bebiendo acuarius en los puntos prefijados, tomando mis primeros trozos de plátano y de las refrescantes naranjas… incluso me atreví con un barrita energética de las que llevaba en mi mochila, para recuperar así cualquier mínima fuerza perdida en esos kilómetros.
Sin embargo, y pasado ese primer tramo, mi carrera se tuerce mucho antes de lo previsto. En el punto de avituallamiento 5 (Km 22,70) me encuentro el primer sitio donde ofrecen comida “solida” (más allá de la fruta). Por entonces ya tenía un poco de hambre, así que paro unos minutos y, junto con la fruta habitual, me como también un sándwich y un donut; y de nuevo en marcha. Sin embargo, a los pocos kilómetros no me encuentro bien. Se me ha atravesado la comida; especialmente el puto donut (¡¡si en la hoja de ruta además no había dulce planificado para ese punto!!). Como os he contado antes yo no bebo ni como entrenando. Así que arrancar a correr justo después de comer, a treintaitantos grados a pleno sol, … fue demasiada novedad: amago de corte de digestión. No llegué a vomitar (ya había visto por ese entonces a unos cuantos compañeros de carrera vomitando si poder ya parar, y abandonando la carrera por no poder siquiera beber líquidos), pero no toleraba comida ninguna, y el simple hecho de beber agua a sorbos pequeños me daba arcadas.
Sabiendo que si la cosa empeoraba sería el final adelantado de mi carrera comencé a bajar el ritmo, sin comer nada, y obligándome a mantener el plan marcado de toma de líquidos, ahora a sorbitos muy pequeños. Pasados 10 km (os aseguro que 10 Km en esa situación y a esa temperatura se hacen muuuuy largos), llegado al punto de avituallamiento 7 (Km 32,30Km) seguía exactamente igual; pero claro, con algo menos fuerzas por no poder comer; y bastante más desanimado. Además empezaba a inclinarse el camino hacia arriba, y por lo que me contaban, esa era una de las cuestas más duras de la carrera.
Decido entonces parar allí y comerme al menos unos trozos de plátano, que me costó la vida misma tragar. Después, veinte minutos sentado… haciendo la digestión. Viendo que al menos parecía retener el plátano, decido seguir con la cuesta, que efectivamente no está nada mal… Pero sin embargo, poquito antes de coronar y llegar al siguiente punto de avituallamiento, me entra de nuevo hambre: mi cuerpo se había recuperado. Justo a punto de concluir mi segundo tramo de 20Km. Bastante retrasado…pero seguía en marcha.
Después de ese momento llegaron unos kilómetros de bastante tranquilidad. El terreno era favorable y la temperatura había dado un pequeño respiro. Eso y mis sensaciones recuperadas me hicieron llegar, sin darme cuenta, al borde de la mitad de la carrera, en Alcalá del Valle (Km 49, 20). Allí, llamada a mi mujer para avisarla que por ahora estaba todo bien. Como pocos kilómetros antes había notado que se me formaba una ampolla en el pie izquierdo, paro para recuperar fuerzas y de paso ponerme un compeed y cambiarme el calcetín.
La verdad es que la cantidad de corredores con problemas serios atendidos por protección civil en ese punto me mete bastante miedo en el cuerpo. Gente con mareos, la tensión por los suelos, la vista nublada… hasta orinando sangre ¡Y su única obsesión es tomarse algo rápido para poder continuar! Desde fuera parecen locos, pero da la sensación que no siempre es fácil reconocer la frontera entre la resistencia, el aguante, capacidad de sufrimiento, y la temeridad y el riesgo real de sufrir un problema serio. Y para gente con muchos meses de entrenamiento y muy bien preparada es difícil reconocer que una circunstancia de carrera (en este caso fundamentalmente el calor) te pueda sacar de ella.
En Alcalá del Valle pasé bastante tiempo. Quizás por eso y por ser mitad de carrera tengo unos recuerdos mas vivos de esa zona. La bajada que me llevó allí la devoré con ansia; la calle principal, con el polideportivo donde estaba fijado el avituallamiento, o el centro del salud justo continuación, donde bastantes corredores acabaron su aventura. También fue el primer lugar donde supe que el pasaporte de legionario se sellaba a veces de forma electrónica (de hecho tuve que volver una vez abandonado el pueblo para asegurarme que había pasado por el lugar correcto). Y por supuesto también recuerdo claramente la cuesta de regalo justo a la salida de allí; y de nuevo las muestras de cariño de los vecinos.
Desde este punto, y hasta llegar a Setenil, el tiempo pasó también muy deprisa. Los primeros kilómetros todavía me molestaba bastante la ampolla, pero al poco ya podía incluso correr sin apenas problema (llevaba ya un tiempo sin correr y dudaba de poder hacerlo a esas alturas).
Setenil me pareció un pueblo precioso, y el calor de la gente me conmovió por primera vez para llevarme al borde de las lágrimas. A esas horas éramos ya grupos aislados de corredores, muchas veces pasando de uno en uno. Sin embargo las palabras de ánimo y vítores eran iguales ya pasara un grupo de cincuenta que un llanero solitario. Por culpa de algunos compromisos familiares yo no tenia compañía a lo largo de la prueba, y además por circunstancias de carrera pasé bastante tiempo en solitario. Sin embargo el cariño de la gente lo suplió con creces.
Ya en el avituallamiento de Setenil me siento a comer mi segundo sándwich de Mortadela de la jornada (esta vez sin donut), y en ese momento me viene un bajón de campeonato. Entonces me doy cuenta por primera vez que realmente voy bastante “tocado”. Los músculos comenzaban a dolerme mucho, sobre todo cuádriceps, isquios, y cuello. Además tengo un hambre de caballo, y un sándwich de “mierda” y unos pistachos no me satisfacen en exceso. Pero sobre todo, el problema es que no tengo más ganas de andar. ¿Qué coño hago yo aquí? ¿Qué voy a ganar siguiendo en esta carrera de locos? ¡Yo no soy como esta gente! ¡Si yo pasaba por aquí por casualidad! ¡Estoy aburrido de correr! Mira, voy a seguir un poco más porque estoy a punto de terminar el tercer bloque de 20Km, que era uno de mis objetivos (estoy en el Km 56,50), y por respeto a un chico que tres kilómetros atrás dejé llorando en una cuneta por haberse doblado un tobillo y no poder continuar. Pero repito que ganas, lo que son ganas, no tengo más. Ya se lo dije a un chico del norte entrando en Setenil: “¡Que pechá de correr más tonta!” Pero creo que no entendió la expresión…ni la reflexión.
El caso es que aunque arranco con desgana, en poco tiempo me planto en el kilometro 62. ¡Ya estoy en el cuarto bloque de 20Km!. En ese momento voy en compañía de un simpático murciano que me comenta que el año anterior él tardo 9 horas en hacer los últimos 20 km. ¡Gracias por compartirlo conmigo! Si fuera así, yo entraría fuera de tiempo; y lo más importante, 9 horas más va a estar trotando por el campo su puta madre… Estamos en el inicio de una subida interesante, recién anochecidos; y tratando de no pensar demasiado, así que prosigo la subida a un ritmo alto.
Sin embargo al hacer cumbre y llegar al punto de avituallamiento 14 (65,40Km) necesito de nuevo sentarme a tomar fuerzas. Por entonces las piernas y el cuello me duelen con locura por lo que decido tomarme un ibuprofeno. Además como un poco de todo (incluido los dulces que me ofrecen, ya me importa poco mi estomago), y descanso un rato antes de reanudar la marcha. Pero en cuanto doy los primeros pasos siento de pronto un escalofrío que me recorre todo el cuerpo. Estamos en noche cerrada y allí, en lo alto del monte, sopla un airecillo bastante fresco. Yo llegaba sudando por el esfuerzo de la subida, y todavía llevaba solamente la camiseta con la que partí en la salida, así que al parar me había enfriado por completo. Paré entonces de nuevo y me coloque el cortavientos, pero la tiritera no cesó. Proseguí entonces mi marcha con mucho dolor, con tiritera, y con las mismas pocas ganas de seguir… y a los pocos metros noto además que mi pie derecho empieza a dolerme mucho: nueva ampolla. Decido no parar a curármela hasta llegar al siguiente avituallamiento (en mitad del camino y de noche me resulta mas complicado sacar las cosas de la mochila, y más con el frio que llevo en el cuerpo). Así que comienzo a sufrir cada metro, pensado todo lo que llevo ya logrado…pero que para acabar me queda aún más distancia de la que nunca hasta hoy había recorrido de una tacada. Entonces alguien me dice que el siguiente punto ya es el cuartel de la legión (hay un punto intermedio pero solo es un camión cisterna para reponer agua). Es ahí cuando decido llegar al cuartel y acabar allí mi carrera. En estas condiciones es demasiado duro seguir…pero tampoco quiero pararme en mitad de ninguna parte, más sin llegar a ese punto del que tanto me habían hablado; por lo menos era un premio de consolación.
Y en esas continúo arrastrándome…kilómetro 66, 67, 68 ¡Joder esto no avanza! ¡Si deberíamos estar llegando ya al cuartel! También me quedo en ese momento sin batería en el GPS… ya voy casi a ciegas. Pero entonces, de pronto, el frio desaparece. Y en ese momento me doy cuenta que todos mis dolores (musculares) han desaparecido por completo gracias al ibuprofeno (la ampolla por el contrario cada vez duele más). Resulta que llevo casi 70 Km, hace un momento estaba muerto, y ahora, salvo una ampolla (un dolor muy soportable con un poco de control mental), me encuentro de pronto casi como al inicio de carrera. Esto debe ser la noria de subidones y bajones que tanto me han hablado… Así que nada, a correr de nuevo.
Desde ese punto hasta el cuartel la ruta se convierte de nuevo en un disfrute personal. Por supuesto que estoy cansado, pero ahora el placer (si se puede llamar así) supera con creces al sufrimiento.
La llegada al cuartel de la legión es algo que guardaré también para siempre. Totalmente solo en ese momento, de madrugada, y cubierto de polvo hasta las cejas, había conseguido llegar a ese punto legendario. Pero es que encima me encontraba mucho mejor que kilómetros atrás. El ánimo de los legionarios allí apostados agitaba mi alma y me daba más energía que cualquier gel que hubiera tomado (y que no tomé).
Al llegar al comedor curé primero mi nueva ampolla (aunque por el paso de los km era ya demasiado grande para ser sepultada por un simple compeed); ¡y a comer! Me encontraba sentado con mi flamante bandeja con la cena delante: sopa, ensalada de pasta, hamburguesa, patatas fritas y yogurt. ¡Ahora mismo me comería dos bandejas seguidas! Sin embargo una conversación mantenida en la cola con otro corredor no paraba de resonar en mi cabeza “justo al salir de aquí arranca la cuesta de la ermita, la peor subida de toda la carrera”. Y entonces pienso: “Si me como todo esto y descanso aquí mas de la cuenta, ya sabes lo que va a pasarte al empezar a subir Ángel. Ahora estás bien…pero es en parte efecto del ibuprofeno, que va a durar un tiempo limitado…. Estás bien y a punto de acabar el tramo de 20Km que preveías mas duro, ya deberías llegar a meta… ¿y te vas a zampar todo esto?”
Así que con gran dolor de mi corazón, y sobre todo de mi estómago, me como la sopa, le doy dos mordiscos a la hamburguesa, y para no perder más tiempo me llevo conmigo una coca cola para terminar de beberla antes de la famosa subida a la ermita.
Tengo que reconocer dos cosas. La primera que la subida a la ermita no me resultó tan dura como me la pintaron. Seguramente estar en alerta y esperarme lo peor, y encontrarme además en un momento dulce en la carrera me hizo pasarla bastante bien. Y segundo, que comprobar que la subida de después parecía ser, sino idéntica, bastante parecida a la de la ermita (aunque algo mas corta), me tocó un poco los… Sin embargo yo estaba bastante entero. La ampolla me dolía cada vez más, molestándome mucho sobre todo en las bajadas, pero poco mas.
También me había quedado ya sin batería en el frontal (no me podían funcionar todos los experimentos que estrenaba ese día), lo cual me obligó durante unos kilómetros a pegarme a grupos de gente para no escoñarme vivo (si alguna vez se te pega a tu espalda en lo alto del monte una persona sin luz ninguna, jadeando casi a la altura de tu oreja,… no pienses obligatoriamente mal… aunque yo de ti lo haría). Eso y la luz de la luna salvaron un par de bajadas empedradas. Hasta que recordé que mi móvil tiene una opción linterna….
Antes de seguir con mi relato, un dato para la historia ¿Dónde fue la primera vez que tuve constancia absoluta de que iba a terminar la carrera? Creo que en el avituallamiento del cementerio de Monquejaque, pasada ya la cuesta de la ermita (83,30 km).
Llegando a Benaoján, y andando por la carretera, nos cruzamos con un borracho, muy borracho, que viene haciendo eses en sentido contrario al nuestro: “Ánimo chicos, que solo os quedan 12 km. A mi me queda uno para llegar a casa y lo voy a pasar mucho peor” nos dice el personaje.
Justo después, en una zona de cortijos aislados, me encuentro con familias en la calle animando a los corredores que por ese entonces pasábamos con cuentagotas. ¿Pero que hace la gente a las cuatro de la mañana todavía en la calle animándonos?
En el km 92 miro la hora, y por primera vez pienso no ya en llegar lo mas lejos posible, o en acabar, sino en hacer el mejor tiempo posible. Resulta que después de todo, de salir controlándome, de mis problemas de estomago, tiriteras, ampollas,… estoy en condiciones de acabar en menos de 20 horas, aunque para eso tendría que hacer unos últimos kilómetros bastante rápidos. Pues nada… a por ello.
El último bloque de 20km fue como el postre perfecto de una excelente comida: dulce y delicioso para los sentidos, devorado con hambre y sin empacho previo. Encontrarme ya cerca de lograr llegar a meta, y sentirme lleno de fuerza me permitió subir el ritmo, y eso, referido a este último tramo de subidas de locura (el que diseño la dureza de la prueba tuvo el detalle de reservar lo mejor para el final) supuso poder adelantar en esos kilómetros a cerca de doscientas personas.
La cuesta final “del cachondeo” fue incluso un regalo que disfruté corriendo (el único tramo cuesta arriba en toda la carrera en la que fui corriendo), parte como demostración absurda de fuerza, parte por asegurarme (aunque también era ya innecesario) llegar antes de cumplirse las 20 horas. Y así me encontré de nuevo en las calles de Ronda…. Y por supuesto, y a pesar de las horas, no faltaban personas, o corredores que ya habían finalizado la prueba, que me animaban en cada esquina. Aunque creo que por ese entonces las lágrimas ya me impedían ver con claridad todo lo que no fuesen mis pies avanzando uno delante del otro.
Al final, el tramposo sol que abandonó la carrera muchas horas atrás se reencontró conmigo justo para entrar en meta conmigo… aunque saltándose algún que otro control; y así, juntos, entramos en meta, y recogimos ladrillo, camiseta y sudadera. ¡Ahora si podía darme un homenaje y comer sin miedo a ningún tipo de indigestión! ¡Ya era un cientounero de pleno derecho!
Si has llegado hasta aquí pasando por todo mi relato (en estas carreras no valen atajos…) ya te he robado demasiado tiempo como para seguir con mis “tonterías, así que para terminar solamente cuatro reflexiones muy breves que destaco de resumen de mi experiencia en la 101.
- No existen barreras que nos impidan alcanzar lo que nos propongamos. Estos últimos meses me he “lanzado” varios retos, alguno de ellos realmente difícil de alcanzar; y todos ellos se han materializado (los he hecho realidad). Hace solo tres meses correr 30 Km era algo muy complicado. Solo estar en la línea de salida de la 101 era realmente una quimera, y sin embargo hoy ya soy un cientounero. A menudo pensamos que la vida nos marca unos límites que no podemos sobrepasar. Que existen determinados objetivos que se encuentran fuera de nuestras posibilidades. Sin embargo, si te respeta un poco la salud y te vuelcas en ello, las únicas barreras que realmente nos encontramos y que nos limitan son las que nosotros mismos nos autoimponemos. Aplica este lema a todas la facetas de tu vida.
- Muy repetido por todos los cientouneros. El día que acabé la carrera juré no volver a hacer una locura similar en mi vida. Hoy ya sueño con superarme el año que viene…
- El punto más duro de mi carrera no fue la cuesta del cachondeo, ni la de la ermita, ni las llanuras a pleno sol por el circuito de ascari… fueron los 800 metros que separaban la línea de meta del parking donde dejé el coche.
- Si algo de mi relato te ha conmovido, impresionado… o simplemente llamado la atención, no dudes en vivir en primera persona esta experiencia: no dejes que otra persona te lo cuente o lo viva por ti.
Angel Sierra
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Enhorabuena. No sólo por ser cientounero, sino por el tesón y la confianza en superarte.
El que haya participado en algún acontecimiento deportivo podrá hacerse una idea de esa adrenalina y sensación de euforia que supone ganar, marcar un gol, o acabar una carrera. Es una descarga química que engancha. Tú historia también lo hace.
101 suena bien.
¡Gracias! La verdad es que este tipo de retos te generan una sensación tan gratificante como sufrida. Y a los que además de disfrutar de la compañía de compañeros anónimos de viaje gozamos de un tiempo para encontrarnos desnudos delante a nosotros mismos, con nuestros sentimientos y pensamientos frente a frente, 20 horas se quedan en pocas. Quien dice que correr es aburrido está claro que sabe de lo que hablo; el iPod que no saqué de mi mochila sí.
GRANDE ¡¡¡¡¡ si señor MUY GRANDE. Enhorabuena Ángel.
¡Gracias Gerardo! Y ya sabes, si te animas para el año que viene, ya conoces a un compañero de viaje ansioso por volver 😉
a ver quien te quita el enganche de endorfinas que llevas en vena?? felicidades por tan grande reto.
Aunque muy pronto te viene otro reto muuuucho mayor. jajajaja
Un abrazo muy grande
Jajajaja Además que para este nuevo reto de nada me vale mi plan de entrenamiento !! Nada, cuando lleve tres noches sin dormir me diré «Corriste 100 km. Corriste 100 km !» Jajaja
He tenido la suerte de escuchar tu historia contada y mientras comías un chuletón, aun así he disfrutado mucho leyéndola. Enhorabuena y mi máximo reconocimiento (en general de todos los cuarentones con los que he compartido tu hazaña), ya sabes, hasta los 101 eras American Beauty, ahora también eres Iron Man ajajaja. Un abrazo.
Gracias amigo; y gracias a todos los cuarentones que sienten un poco suyo mi éxito, Jajajaja. Deberíamos escribir un artículo sobre otra gesta que también será la envidia de todos ellos: lo que somos capaces de comernos en una sentada cuando quedamos los dos. ¡¡Cantidad y calidad a partes iguales!! Espero repetir muchas de esas antes de volver a trotar por los montes de España…
Buenas acabo de leer tu historia y me ha conmovido . Haberte leído me da fuerzas de prepararme para esta carrera el año de que viene . Muchas gracias por haber relatado tan bien lo vivido
Gracias Miguel Ángel. La verdad es que te animo hacerla sin la más mínima duda. Tengo un poco «abandonado» este blog, pero después de la historia que escribí, ya van 4 años que he participado en la 101. Y cada año, no importa el resultado, acumulas vivencias increibles.