Ya os conté hace algunos días la humillante experiencia que supuso mi vuelta al gimnasio a principios de año. No pienso volver a recordar el tema. Por vergüenza,… y porque está en otro post.
El caso es que después de ese día lo más fácil hubiera sido no volver a aparecer por allí. Uno se cambia a otro gimnasio donde empezar de nuevo y listo. ¡O mucho mejor! No se apunta a ninguno, y así evitamos problemas. Pero una persona que lo ha sido todo en el mundo del deporte no puede abandonar así. Alguien que ha servido de ejemplo a nuevas generaciones de atletas no puede salir por la puerta de atrás. Ni él, ni yo. Y además, para borrarse del gimnasio, hay que ir al gimnasio.
Entonces decidí hacer todo lo contrario a lo que me pedía el cuerpo. Presentarme allí al día siguiente, con dos cojones, como si no hubiera pasado nada; y demostrar que lo del día anterior fue solo un mal sueño. Así que allí que me presenté, justo un día después, con mis agujetas, mis sobrecargas musculares, mi humillación, y todo el miedo en el cuerpo…pero todo por dentro.
¿Por qué justo al día siguiente? ¿No era mejor dejar pasar el tiempo? Que me olvidasen, que curasen mis heridas (y no solo las físicas, que también)… ¡NO!. Esto también es… no, sobre todo es, una cuestión de orgullo… lo cual lleva a la siguiente pregunta ¿Es que ayer no aprendí nada?
Además, en un gimnasio están super acostumbrados a ver gente que hace el ridículo constantemente. Personas que en un intento por superarse, por ir más allá de sus limites, se ahogan en su propia mierda. Y es verdad que el otro día la lie parda, pero normalmente soy una persona que pasa desapercibida en el gimnasio. Puedo volver allí perfectamente y no generar la más mínima atención, así que nadie se acordará del “incidente taquilla”.
Gym: Día 2.
Cuando comencé a pensar que quizás no había sido tan buena idea fue mucho después. Bueno, no… fue justo al entrar; cuando la chica de recepción me dijo “¡Hola Angel! ¿Qué tal todo?¿traes tu candado?” Sin embargo este aviso sirvió para algo. Hizo replantearme mi estrategia, con tal de evitar una nueva tragedia. A ver, Angel, piensa. Ayer dijiste que eras el rey del spinning, y después pasó lo que pasó. Si hoy entras en clase de spinning otra vez, con suerte, y solo con suerte, puedes conseguir acabar la clase sin dar la nota. ¿Qué consigues con eso? Nada. Seguirás siendo el bocazas de la cizalla. Y eso si sale todo bien. Así que nada, descartado.
Entonces tracé en segundos mi nuevo plan ganador. Voy a clase de otra cosa, hago hoy el papel de aprendiz, y consigo que se vaya olvidando mi cara. Además, como es verdad que nunca he ido a otro tipo de clase en un gym (solo spinning), cualquiera me servía; Menos Pilates, que es muy aburrido. Y la clase de GAP… ¡por Dios! El boxing me parece algo ridículo, y el zumba, que está ahora de moda… tampoco. Que lo que quiero es pasar desapercibido, y yo me muevo como los ángeles.
Así que después de todos los descartes, solo quedada una clase posible, Power ifitness. No tenía ni idea de que iba la cosa, pero daba un poco igual. Sonaba chula…Aunque sí os voy a dar un consejo: si estáis bajos de forma, no entréis en ninguna clase que incluya en su propio nombre nada de Power, plus, o similar.
Lo primero que me impresionó es que la gente entraba en clase corriendo como locos ¡con lo civilizados que somos en spinning! Eso si, yo tenía claro que iba a fijarme y copiar. Nada de preguntas, y nada de innovaciones. Observar lo que hacía la gente, y repetirlo tal cual. Así, al entrar, vi que todo el mundo corría al fondo de la sala, a la esquina derecha, a equiparse con un completo un juego de complementos para el deportista: Barra, pesas para la barra, pesas de mano, abrazaderas,.. Después depositaban sus nuevos tesoros en una zona de suelo que ocupaban, y corrían de nuevo al fondo de la sala, a la esquina izquierda esta vez, a recoger unos steps y una tabla de suelo para colocar sobre ellos. Por último, volaban a la parte delantera del aula, para recoger una colchoneta, volviendo con ella al puesto ocupado.
No digo yo que esta gente, que lleva meses entrando en esta clase, no sepa lo que hace. Pero evidentemente lo están haciendo mal. Pero, ¿Qué esperar en un gimnasio? Si el primer objetivo es conseguir un buen sitio, tiene más sentido coger primero la colchoneta, que además está muy cerca de la puerta de entrada, y ocupar con ella tu sitio. Después, ya tranquilamente, coger step y tabla, y por último el kit de tortura. Pero bueno, el orden de los factores no altera el resultado, más o menos…
Con las ideas muy claras, me adelanté a coger la colchoneta. No fui el primero porque tuve que esperar a ver que hacía la gente… y porque alguno de mis nuevos compañeros corría más rápido que mi pensamiento. Pero no fui ni mucho menos de los últimos. Entonces ¿Por qué estaban ya todos los sitios pillados? Claro, los han reservado ya poniendo sus kits de tortura. Bueno, la próxima vez, que no tendré que esperar a nadie, seré el primero. Además, por suerte, quedaba un hueco minúsculo justo al lado de la zona de bicis de spinning (si, la sala es la misma).
A continuación fui a por los steps: ¡Acierto total! El resto de la clase seguía liada con las pesas, o ya con las colchonetas, así que yo no tuve nada de “tráfico”. Y por último, las pesas. Es curioso, pero la gente había cogido para la barra las pesas más pequeñas, de dos kilos, y como pesas de mano, las de 1kg (algunas personas tenían las de 500gr, pero obviamente eran perdedores). Cuando yo llegué no quedaban pesas ni de dos kilos para la barra, ni de kilo para las manos. Así que tuve que coger de 4 kilos para barra, y de dos kilos para mano (para mano quedaban alguna de medio kilo, pero yo no soy un perdedor). Quizás por eso corrían tanto… No pasa nada. Total, un kilito más, en ejercicios de unas cuantas repeticiones, se pueden soportar. Además, lo que tenía destrozado del día anterior eran las piernas, no los brazos.
Y justo entonces comenzó la clase. La primera frase que dijo la profesora fue, textualmente “Cogemos pesas de mano. Piernas abiertas, ligeramente flexionadas. Levantamientos laterales, brazo completamente extendido. Por encima de la cabeza. 100 repeticiones. 2 veces.”. Aunque lo que yo entendí, textualmente, fue “100 repeticiones”.
La primera media hora de clase solo fueron ejercicios con pesas y barra. Levantamientos laterales, frontales, dorsales, por encima de la cabeza, por debajo de los glúteos… y todos cien repeticiones… dos veces. El resto de clase fueron ejercicios de piernas…pero a eso yo ya no llegué.
No recuerdo muy bien el orden de los ejercicios, pero si recuerdo perfectamente dos momentos. El primero, cuando no podía ya con mis brazos, en el minuto 16, en mitad de levantamientos de bíceps. Y el segundo, cuando me fallaron los brazos, 5 minutos después, en otra serie de levantamientos laterales (debí parar en el momento uno). En mitad de uno de esos levantamientos, mi brazo derecho se colapsó (eso que soy diestro), y soltó la pesa desde todo lo alto, golpeando esta el suelo y haciendo un ruido poco «desapercibido». Además la brusquedad del movimiento, unido al balanceo producido por la ausencia de peso en mi lateral derecho y la insensibilidad de mis extremidades, generó un desequilibrio en mi cuerpo que me hizo resbalar ligeramente.
Y en este punto se juntaron varias coincidencias en el mismo instante de tiempo que terminaron siendo vitales. Por un lado el ruido de la pesa golpeando el suelo había llamado la atención completa de la clase hacia mí. Además, el cansancio en mis piernas del día anterior hizo de un leve resbalón una caída inevitable. Por último, pero no menos importante, los veinte minutos de pesas bloqueaban por completo mis brazos, ahora totalmente caídos y pegados a mi cuerpo. Y bajo este escenario, aparentemente mi cabeza fue la única parte de mi cuerpo dispuesta a poner fin a la caída. Y así lo hizo, directamente contra el suelo.
¿Creéis que hay algo peor que caer de boca en medio de una clase que está entera mirando lo que haces? Yo pensaba que no, pero…¿y si después te das cuenta que los brazos siguen sin responder, y que no te puedes levantar? O si la profesora, que no te ha visto nunca antes, te pregunta.. “¿Estás bien, Angel?” O pasarse el resto de la clase en el mismo sitio donde caíste, tumbado de lado, brazos pegados, diciendo a la gente que estás bien, y esperando la muerte… o el fin de la clase, lo que llegue antes. ¿A qué es peor?
Yo solo quería recuperar un mínimo de movilidad en los brazos para llegar al coche al acabar la clase. ¿Y sabéis? Es curioso, pero en los gimnasios existe una especie de corporativismo entre sus habitantes. Me explico. Puedes humillarte hasta límites inimaginables, pero si te mantienes en tus trece, la gente lo respeta (hoy eres tu, mañana puedo ser yo) y te deja hacer… al menos hasta el punto en que empieza a ser verdaderamente peligroso para tu salud. El caso es que yo no recupere movilidad ninguna y no podía levantarme al terminar la clase. Hubiera sido realmente sencillo pedirle a cualquiera que me ayudase. Y una vez arriba, sin problema, al coche (esta vez las llaves estaban en mi bolsillo). Pero eso significaba rendirme.
Así que preferí la opción b. Arrastrarme como una babosa, tratando de salir reptando de la clase…¿Qué pensaba? ¿Llegar así al coche? ¿Y las escaleras? ¿Y el torno?. Afortunadamente a mitad de camino se acercaron varias personas y, contra mi voluntad, me pusieron en pie. ¡Les odio!
Esta vez al salir de gimnasio se despidieron de mí diez personas, todas llamándome por mi nombre. La chica de recepción, la profesora de hoy, el profesor de spinning, el chico de mantenimiento, los cuatro alumnos de la clase de Power ifitness que ayudaron a levantarme, dos de la clase de spinning del día anterior, y.. ¡el musculito de la taquilla!
Angel Sierra
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