Y este fue fue el día en que dejé de creer en San Valentín …
Hace ya unos cuantos muchos años que, como solíamos hacer todas las semanas, un grupo de compañeros de trabajo quedamos para jugar al fútbol. Era un 14 de febrero. El caso es que ese día, al comienzo del partido, mi jefe sufrió un fuerte esguince de tobillo. Como no podía apenas moverse, pero no le dolía prácticamente nada ,se quedó fuera de la pista, sentado y sin apoyar su tobillo, con una bolsa de hilo en el pie, esperando a que acabáramos para que entonces alguien lo llevase a casa.
Así, en uno de los descansos que hicimos en mitad de partido, vi que mi jefe se estaba llamando a su hijo Guille, un chaval de 4 años al que solía llevar siempre a pasar la tarde, y que desde hacía ya un rato no estaba a la vista.
– “No te preocupes Luís, yo voy a buscarlo” –dije-.
– “Muchas gracias Angel”, -contestó mi jefe-.
Entonces salí del campo para buscarlo. El chaval no estaba ni en la calle, ni las casetas, ni el parking, la pista de atletismo… había desaparecido. Mientras le buscaba, no paré de llamarlo, pero nada. Cuando ya volvía al campo, probé en los cuartos de baño, el único lugar en el que no había mirado. Entré entonces en el baño, y aunque parecía que no había nadie, vi que uno de los retretes tenía la puerta cerrada, justo a la misma vez que escuche unos gemidos en el interior. “San Valentín, gemidos… verás que me voy a encontrar algo que no venía a buscar”, pensé mientras me acercaba. Pero no. Enseguida me di cuenta mientras me acercaba que los gemidos en realidad eran el llanto desconsolado de un niño. “¿Guille? –Pregunté-. “¿Eres tú? ¿Estás bien?”.
Guille seguía llorando desconsoladamente y no abría la puerta, así que me imaginé lo peor. El niño trataba de explicarme algo, pero con los llantos no era capaz de entenderse nada.
– “Guille, por favor, abre la puerta. Tu padre está muy preocupado, ábreme y vemos que te pasa. Que yo estoy aquí para ayudarte.”
La verdad, no se porque demonios dije eso. Además creo que no es la frase más adecuada ni para reconfortar ni para hacer entrar en razón a un niño… pero el caso es que funcionó. Guille abrió la puerta.
Una cosa me quedó bastante clara en el mismo momento que se abrió la puerta. Guille se había cagado encima. Lo que no fui capaz de comprender es que secuencia de acciones hay que realizar (erróneas todas), todas seguidas, y además en un orden muy preciso, para poder ser capaz de llenar de mierda tantas cosas a la vez, y con tanta abundancia. Dentro de ese baño había explosionado una bomba atómica fecal que había asolado todo el planeta. Y es que, a fin y al cabo, es un niño, ¿no? Y la cantidad de mierda que cabe en el cuerpo humano debe ser finita, ¿no?. Pues parece que no. Porque Guille se las había ingeniado para mancharse toda la ropa (pantalones, camiseta y zapatillas), las manos, piernas, la cara y el pelo (especialmente destacable un par de pelotas perfectas de mierda en su melena). Pero es que además el suelo estaba perdido, la puerta, retrete, paredes… ¡hasta un poco el techo! ¡Todo cubierto de mierda! Todo menos los calzoncillos, que estaban colgando del pomo de la puerta, de un blanco impoluto… No me preguntéis, nunca lo entendí ni lo entenderé. Los calzoncillos tuvieron que ser como el ojo del huracán…
Ante ese panorama, con un niño que seguía llorando desconsoladamente, y que además ahora si parecía que entre sollozos me decía “Me he cagado”, fui en seguida consciente que mi primer deber como adulto era tranquilizar al chico. Desgraciadamente opté por un “Guille, ¿Qué coño has hecho? ¡Si hay mierda hasta en el techo!” Quizás mi sentimiento de culpa por entrarle así al pobre niño hizo que, justo cuando en ese momento rompió a llorar aun más todavía y quiso acercarse a mi a abrazarse, no intentara esquivarle. Así que ya éramos dos pringados de mierda…
Entonces traté de calmar a Guille. Le dije que no pasaba nada, y que todo tenía solución. Y así me puse a diseñar el plan “llevar al niño lo más decentemente posible a brazos de su padre”. Y para ello, si en todo el cuarto de baño hubiera existido algún trozo de papel, toallita, o similar… hubiera sido más sencillo. Pero ni rastro de papel. Tocaba improvisar. Estaba claro que había que quitarle toda esa ropa. También necesitábamos agua, pero eso no iba a ser un problema. Y algún tipo de papel o trapo limpio, pero si aquí no hay, y Guille no me deja salir fuera, entonces… ¡los calzoncillos!
Así que cogí los brillantes calzoncillos y llevé al niño al lavabo,…pero ¡sorpresa! No había agua. Joder, ni agua, ni papel. ¡No me lo puedo creer!, En ese momento me pareció que, a pesar de su enorme pena, Guille me echó una mirada de “¿ahora lo entiendes , ¿no?” Pues no Guille, ahora NO lo entiendo, pequeño mamoncete. Puedo llegar al punto que cagaste y no te podías limpiar con nada…pero de ahí a convertir el baño entero en una supernova de mierda hay algo que me falta.
¿Y qué hice entonces? Minimizar daños. Cogí los calzoncillos de Guille y, agarrándolos por una puntita, los utilicé para eliminar toda la mierda posible del cuerpo del niño. Así le limpie la cara, los brazos, piernas,.. le quité las pelotas del pelo. Incluso pude dejar bastante decentes sus zapatillas. Con el resto de su ropa no puede hacer mucho. En un principio traté de quitársela con la idea de dejarle mi camiseta a modo de camisón, pero el niño no quería quitarse nada. Así que le limpie su ropa todo lo mejor posible, con el otro lado del calzoncillo mágico, y listo. Guille estaba suficientemente decente como para salir del baño.
– “Ya estás limpio Guille ¿Nos vamos con papa?”
– “¡Siii!”
Pero no. Porque al ver que tiraba sus calzoncillos a la papelera, guille se puso de nuevo a llorar, gritar y patalear como un loco
– ¡Mis calzonciiiiillos! ¡Mis calzonciiiiillos!
– “Guille, mira. Son unos calzoncillos normales, blancos. Y están de mierda hasta las orejas. No se pueden ni coger de una esquina. No pasa nada. Se quedan aquí y ya está”.
– “¡Mis calzoooonciiiiiiilos! ¡Mis calzoooonciiiiiiilos! ¡Mi papa me va a regañar! ¡Mis calzoooonciiiiiiilos!
– “No Guille, tu papa lo va a entender. Además a tus calzoncillos no les queda un milímetro de tela que no tenga mierda. Los dejamos aquí y ya está. Si en casa tienes muchos más, y más bonitos…
– “¡Mis calzoooonciiiiiiilos! ¡Mis calzoooonciiiiiiilos! ¡Mis calzoooonciiiiiiilos!
Dicen que cuando un niño se enrabieta a lo bestia no hay razones que lo convenzan de nada. Aun así, y después de explicárselo detenidamente un rato más, Guille y yo pudimos salir del baño. Guille con su camiseta y sus pantalones con restregones, pero con la cara y extremidades limpias, ya sin llorar, hasta casi sonriendo. Yo, a su lado, dándole mi mano derecha, y sujetando con mi izquierda unos calzoncillos comidos de mierda.
Angel Sierra
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Este tipo de historias se merecen un blog autónomo jajajjja.
Sigue en pié mi proposición de libro para wc.
Jeje. Pues nada nada,escribimos el libro. Está claro que entre los dos tenemos historias de sobra para completarlo…