Ya son unos cuantos días sin parar de oír palabras tales como consenso, diálogo, democracia, servicio público… todas a raíz de la muerte de Adolfo Suárez. Varios días viendo como los diferentes medios de comunicación destacan y se congratulan de que, debido a este acontecimiento, reine de nuevo en España un clima de concordia; una atmósfera para, como decía hace poco un gran amigo, dejar a un lado las pocas diferencias que nos separan, y potenciar las muchas cosas que nos unen a todos.
Y digo yo…¿Estará mi mente enferma? Porque en lo mucho que he visto y leído esta semana, realmente no destacaría este consenso y diálogo que tanto se predica. Ni siquiera cara a la galería, como suele hacerse en todo funeral que se precie. Por el contrario, me ha parecido que en no pocas declaraciones de muchos de nuestros políticos, se ha dedicado muy poco esfuerzo y originalidad al discurso de luto y de homenaje a la figura: suficientemente cuidado en las formas, pero bastante falto de un tono de auténtica admiración, pasión…o simplemente respeto, como prefiráis. Sin embargo lo que sí que ha quedado claro, casi siempre, es el interés en destacar pequeños matices, a modo de “Sí, pero…”. Restando importancia, con mucha elegancia normalmente, a la figura de Adolfo Suarez en la reciente historia de España; aprovechando para recordar (y de paso señalar o culpar) la falta de libertad, represión o los crímenes del antiguo régimen; incluso utilizando la memoria de nuestro ex presidente para poner en su boca, o asemejar a sus planteamientos vitales, determinadas actuaciones y situaciones de nuestra actualidad, tratando de dar con ello mayor autoridad a las mismas (y esto último me parece ya de auténticos sinvergüenzas).
Está claro que nuestros políticos de hoy en día son, en su gran mayoría, de perfil muy bajo… por decirlo suavemente (aunque sería más exacto calificarlos de mediocres). Pocos de ellos darían la talla para un puesto de dirección en una empresa privada, y sin embargo están dirigiendo un país: desde el gobierno, y la oposición. Y los pocos que realmente tienen actitudes y aptitudes las pervierten en beneficio de un ente supremo llamado partido, convirtiéndose en meros instrumentos del mismo: unos cobardes, o unos vendidos, como prefiráis; anteponiendo órdenes de partido al bienestar de sus ciudadanos (incluso a estrictamente el de sus votantes). Y esto, ¿Para qué? ¿Por amor al partido? ¿O por priorizar el beneficio personal al colectivo? Porque al final todo se focaliza en esto: primero lo mío, y después…lo mío. Aunque esto te haga ir en ocasiones contra tus propias ideas.
Porque digo más: Estos días he sentido no solo vergüenza, sino asco, de la clase política que me ha tocado vivir. Porque evidentemente casi la totalidad del panorama político y público del país ha mostrado su sentir por la muerte de Suárez. ¡Faltaría más! Se ha hecho como con casi cualquier persona que se nos hubiera marchado, más aun tras padecer una larga enfermedad (tremendamente cruel tanto para él como su familia). Pero más allá de ver a nuestros ex presidentes compartiendo espacio, o a personajes de todos los colores compartiendo palabras de condolencia, mi percepción es que muchos siguen empeñados en agrandar la brecha que nos separa, y sepultar bajo esa grieta toda nuestra historia, trabajo y esfuerzo conjunto.
Que si Suárez era en su pasado del aparato franquista… ¿no daría eso mayor valor a su figura? ¿Qué alguien sea capaz de cambiar su actuaciones por el bien de su país? Que si era la marioneta del rey, o al revés, que al final ni se hablaba con él; que si su actos en el 23F no fueron por valentía; resaltando su poca experiencia previa y su mediocre expediente académico; o incluso jugando a adivinar (de forma totalmente partidista, claro) cómo él abordaría en la actualidad situaciones como la reforma de la constitución, o el conflicto catalán; o simplemente negando un pequeño homenaje…¡idos todos a la mierda!
Porque la ciudadanía, una vez más, ha demostrado estar muy por encima de la clase política, tanto en su homenaje como en su respuesta. Pasando por alto las luchas veladas de sus “representantes”; lanzándose a la calle en señal de agradecimiento, o viviéndolo en silencio en la privacidad de sus hogares. Dando de nuevo ejemplo que por más que nuestro políticos se empeñen en separar, el pueblo, que ha sido y será el mayor artífice de nuestra democracia, seguirá abriendo camino, a pesar de las piedras que se nos crucen por el camino.
Tengo cerca de 40 años, y desgraciadamente a día de hoy no aspiro a tener un presidente que se acerque a la figura que fue Adolfo Suárez. Me conformaría con alguien mucho más “terrenal”. Mientras espero que llegue, seguiré soñando una figura que combine la Dialéctica de Felipe González, o la de Adolfo Suárez; la fuerte personalidad de José María Aznar, o la de Adolfo Suárez; la vocación de consenso de José Luis Zapatero, o de Adolfo Suárez. Y la valentía, entrega y POLÍTICA de vocación (y no solo profesión) de Adolfo Suárez.
Angel Sierra
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