“No llevo ni hoz ni guadaña. Sólo cuando hace frío visto un hábito negro con capucha. Y no tengo esos rasgos faciales de calavera que tanto parece que os gusta endilgarme, aunque a distancia. ¿Quieres saber qué aspecto tengo en realidad? Te ayudaré. Ve a buscar un espejo mientras sigo”.
Que el personaje narrador de una película sea la propia muerte, y que la historia transcurra en la Alemania nazi de la segunda guerra mundial, hace presagiar un par de horas de extremada dureza. Aunque realmente luego no sea así. Claro que “La ladrona de Libros” no es una comedia, y que la historia y su desarrollo remoja nuestro corazón en tristeza tanto como una magdalena en la leche. Y claro, se nos acaba derramando. Pero lo hace con una tremenda dulzura; incluso excesiva delicadeza, diría yo.
También hay que tener en cuenta que el libro en el que se basa la película es un “best seller” de la literatura infantil. Así que está claro que nunca fue intención de su autor, Markus Zusak, presentar la historia con excesiva crudeza. A pesar de todo esto, teniendo en cuenta que en la primera escena de la película muere un niño prácticamente congelado en brazos de su madre comunista; la narración de la historia por la propia muerte, y el tono general del resto de la historia, creo que tampoco esta mal servida.
Además, no todo lo que “roza” la Alemania de Hitler tiene que ser tratado como una crítica sentida, ni hacernos plantearnos una profunda reflexión. De hecho, muchos opinan incluso que la película es demasiado simplista y poco profunda, tratándose de una historia sobre el holocausto. Pero lo que se relata no es una historia sobre el holocausto, sino sobre la condición humana; y como tal, me parece notable.
Tengo que avisar que yo no he leído el libro en el que se basa la película, por lo que no tengo una valoración acerca de si la adaptación del la película al libro es buena o mala. Solo puedo opinar de la película como tal. Dicho esto, y dado que en el 90% de las ocasiones las adaptaciones de libros al cine no suelen satisfacer a sus lectores, (bien por alejarse demasiado de la historia original, o incluso por ser excesivamente fiel a la misma), parto en ligera ventaja para disfrutar de ella.
Quiero reconocer dos cosas. La primera es que La ladrona de libros me ha gustado mucho. Además, y esto es algo que no suele ocurrirme, un par de días después de verla y de reflexionar sobre la historia, me parece hoy todavía mejor película que cuando salí del cine. La segunda, es que me quedé dormido viéndola. Fueron apenas cinco segundos, pero me dormí. Puede parecer incompatible una cosa con la otra, pero no es así. Es verdad que algunos momentos de la película me parecieron excesivamente lentos, quizás en parte por la sencillez de la historia y el ritmo de su desarrollo. Eso, en una primera sesión, y con falta de sueño, es un coctel explosivo. Pero la película me resulto muy entretenida. Aunque tampoco creo haber dicho que me parezca magistral.
Lo que si me resultó magistral es la actuación de dos de sus actores principales, Geoffrey Rush y Emily Watson. Creo además que la película presenta de forma maravillosa un reflejo de la muy diversa condición humana, dibujando de forma muy clara personalidades distintas en diferentes personajes de la trama.“siempre encuentro humanos en su mejor y en su peor momento. Veo su fealdad y su belleza y me pregunto cómo ambas pueden ser lo mismo”.
Me parece extremadamente difícil conseguir que, siendo una película sin una duración excesiva, manteniendo un ritmo narrativo muy relajado, y centrando además mucho la atención en su protagonista principal, la joven Liesel Meminger (bien interpretada por Sophie Nélisse), Brian Percival consigue, sin excesivos diálogos, dibujar perfectamente la personalidad de no pocos personajes: la misma Liesel, sus padres adoptivos (Hans y Rosa), su mejor amigo (Rudy Steiner) o la mujer del alcalde (Ilsa Hermann). En este sentido, como ya he comentado, destacan sobre el resto las actuaciones de Geoffrey Rush y Emily Watson, como padres adoptivos de la “ladrona”. Una docena de escenas les sirven para convencerme que les conozco de toda la vida. Podría desde este momento verles en una situación concreta y decir: “¡Hans nunca haría una cosa así!”. Porque como dijo un abuelo dentro de la sala: «Que buena gente se ha vuelto el pirata malo». Tan solo la interpretación de Ben Schnetzer, como el judío escondido en casa de los Hubermann (Max Vandenburg), me parece que no está a la altura del resto, siendo mucho menos creíble.
Resumiendo: Ve la película, léete el libro, o haz ambas cosas. Pero no te pierdas esta historia.
Angel Sierra
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