19:50. Me fascina asistir a conciertos sin conocer quien actúa, o su música. No tener ni idea de quién o qué toca. Como quien acude a una cita ciegas a ver qué pasa. Y dejarse llevar, entregarse a la sorpresa. Algunas aventuras memorables en mi vida han arrancado de esta manera. Como mínimo puedes descubrir amistades que quizás te acompañen el resto de tu vida. E incluso, por qué no, acabar enamorándote. Así me pasó a mí hace ya algunos años con Morgan, hoy uno de mis grupos favoritos. Y así he descubierto ahora, también por casualidad, a mi vecino.
19:51. El teatro aquí en Málaga está aún vacío, aunque acabará llenándose, de eso ya no hay duda. Porque la gira está siendo un éxito. En cualquier caso, la sala no permite aglomeraciones, adelantándose así a un futuro post-vírico que desgraciadamente ojalá casi todos veamos. De hecho, solo está permitido ocupar los palcos: distribuidos en dos grandes bloques, uno frente a otro, y organizados en diferentes alturas que llegan desde casi el suelo, los más baratos, hasta los que permiten disfrutar del espectáculo bajo las estrellas. El patio de butacas, con la piscina, el jardín, los columpios… los espacios que separan un bloque del otro, permanecen cerrados.
19:52. La gente aquí jamás se presenta antes de la hora; pero nunca tarde. Presos y precisos como pájaros cucos de un inmenso reloj suizo, abrirán sus balcones y saldrán a cantar a las en punto, para después volver a encerrarse hasta mañana.
19:53. La soledad de un reportero que cubre una gira es comparable a la de un artista: poco o nada acompañado, de concierto en concierto, de ciudad en ciudad; las mismas canciones, el mismo grupo, los mismos técnicos. Y cada noche un público distinto, un escenario diferente, un nuevo hotel al que volver a dormir. Sin embargo, este tour es en esto también inusual. Cada noche, nos juntamos siempre las mismas caras, cada una en su palco. No estamos todos, pero aparecemos muchos. Y lo más destacable: nunca falla nadie. Todo el que compró la entrada un día se convierte en un fijo. Nunca se descuelga; vuelve, y vuelve, y vuelve. ¿Existe mayor premio para un artista? ¿Mayor éxito para una gira? En este caso sí: no volver a ver nunca lleno este escenario.
19:54. No se exige etiqueta en esta ópera, ni existen reglas sobre cómo vestir. Predominan las batas y los pijamas, pero se permite todo. No soy de ir especialmente arreglado a los sitios, pero siendo mi trabajo poner voz a esta gira, es una obligación el cuidar mi aspecto. Por eso, siempre antes de desplazarme al teatro, adapto mi vestimenta a las circunstancias. Aunque alguna noche reconozco haber asistido en chándal.
19:55. Los primeros días de la gira la función fue más diversa, más improvisada, más caótica. Algún día hasta actuó el Dúo Dinámico: excesivamente mayores para otra cosa que no fuese un play-back. Pero también se disfrutó. Otros días el espectáculo viró hacia el Reguetón. Algo que pilla ya muy mayor a quien suscribe estas líneas. No ya por viejo, sino por acaso tener el oído hecho a un tipo de música diferente. A ese que llaman…música. El himno de España tampoco faltó: ese que nos une y separa a partes iguales, mitad estupidez, mitad intolerancia.
19:56. Pero es este un tour extraño. No he vivido otro igual. Y no solo por el hecho de ser una gira inmóvil. Cada día el programa es distinto, aunque el artista sea el mismo. ¿Cuál será el repertorio de hoy? Nunca se sabe, es siempre una sorpresa. De hecho, algunos días —los menos—, incluso no hay actuación; el artista aparece en su palco como un simple espectador más. Porque lo realmente curioso es que mi vecino no es el protagonista de este festival. Es un concierto coral donde todos somos las estrellas. José Antonio, que así se llama, es parte de este conjunto, uno más; y así se siente. Aunque cada noche, por unos minutos, presta su voz al resto.
19:57. La gente no acude al teatro a escuchar cantar a mi vecino. Desgraciadamente, el causante de este evento, el maldito protagonista, con nombre de añejo festival veraniego del año pasado (COVID-19), es otro. Pero a estas alturas, mentiría quien dijese que no sale a su palco esperando una canción. El acontecimiento es el propio aplauso, todos lo sabemos. Pero este aplauso se ha convertido también en una petición implícita para ese bis, para ese regalo voluntario, pero no por ello menos esperado que nos ofrece el artista.
19:58. Una de las ventajas de asistir a toda la gira es que te da cierta perspectiva. Atrás quedaron las primeras actuaciones, en las que el desconcierto, el miedo, y el pudor, nos hacía estar a todos más encorsetados: apenas nos mirábamos entre nosotros, hasta casi nos avergonzaba quedarnos a escuchar… En el concierto de anoche, aquellos inicios sonaban ya muy lejos. abandonado quedó también el protagonismo de las cámaras de los móviles, atraídos por la enfermiza necesidad de publicar en las redes sociales; de “colgar” un video que sea compartido miles de veces. Ahora todo eso ha dejado paso a un disfrute mucho más íntimo; pero a la vez, más colectivo. Sin pudor ninguno ya en estar allí; en dejarnos llevar por las letras y la melodía. Contemplando apoyados en la barandilla de nuestros palcos, tarareando, bailando, quizás incluso con lágrimas en los ojos. Probablemente más unidos que hace un mes. Seguramente más felices que cinco minutos antes.
19:59. Como en todo festival que se precie, el espectáculo arranca con un cerrado aplauso de los espectadores. Aunque aún siquiera ha salido a escena el solista, que suele hacerse de rogar y aparece unos segundos pasada la hora. El aplauso, de todas formas, tampoco es para él. Ya recibirá el suyo al terminar. El de ahora es un aplauso atronador que surge del dolor, de la rabia, de la impotencia: pero también de la esperanza. Emocionante, por muchas noches que lo hayas vivido. Quizás más breve que hace unas semanas, con menos gritos acompañando, menos vítores, pero mucho más sincero, menos calculado… aunque sea siempre a la misma hora. Ya no se aplaude a nuestros héroes, o a quienes lo están pasando peor. O al menos no exclusivamente. Estos aplausos van también por nosotros. Nosotros, sí, nosotros. Hace un mes éramos un “tú”, unas “esas”, un “aquel». Pero ahora somos nosotros. No sé qué volveremos a ser dentro de unos meses, seguramente otra vez extraños. En cualquier caso, está en nuestra mano.
20:00. Ya estamos todos. De los últimos que aparecen, la “familia feliz”. En uno de los palcos más grandes, y con las mejores vistas, justo frente al escenario. Animando son los mejores: aplausos, gritos, bailes, y piruetas son algunos de sus recursos. Los tres hijos disfrutan como chiquillos, aunque es el más pequeño, siempre cerca de su madre, quien más intensamente vive el concierto. Sus hermanas mayores, más tímidas quizás, acaso más contaminadas por la vida, aparecen y desaparecen del palco con mayor rapidez. Su padre parece disfrutar también, aunque permanece siempre en un segundo plano, apoyado en la parte trasera del palco, como avergonzándose por aparecer en tan ilustre acto vestido con bata. Somos muchos más vecinos: la pareja joven, los deportistas, los universitarios, los “raros”, los del ático, el calvo, el de los globos, la del móvil, los de la tele grande, el del loro… En este teatro el público no es un ente abstracto. Todos somos “alguien”. Todos importamos.
20:01. Aparece en escena otro vecino en el palco a mi derecha, justo en la fila de abajo. No es nunca el primero; tampoco el último. Su presencia es discreta: cercano a la puerta de acceso a su palco, de pie, semiescondido, aplaude de forma pausada, sin alardes, sin excesos. Al inicio fue también así; fue solo así. cuando la gira no era gira. Cuando era solo una patada al encierro. Pero desde hace ya bastantes noches, cuando los aplausos se apagan, mi vecino renuncia al anonimato y se transforma en José Antonio Ariza, barítono malagueño. Y se presenta ante su público. Porque, sin ser el protagonista de la gira, se ha convertido por méritos propios en su voz.
20:02. La gira está siendo sublime, mágica, sorprendente. Hay quien comenta, no sin parte de razón, que resulta difícil disfrutar algo cuando te lo imponen. Pero aquí el público asiste porque quiere. Y repite porque la puesta en escena les cautiva: la calidad vocal, la humanidad, la compañía, el sentimiento compartido, la pasión… nunca antes he asistido a un festival donde se ofreciera tanto por tan poco. Aunque también, nunca antes había resultado tan cara una entrada.
20:03. Aunque no es aún época estival, no es este el único festival del momento, sino que son miles los que se programan en paralelo: en cada ciudad, en cada pueblo, cada barrio. Todos con sus peculiaridades, pero todos similares. Si tuviera que elegir uno, ¿Cuál te recomendaría? Me ha tocado cubrir este, y además no querría estar en otro sitio. Porque aquí está mi familia, estoy en mi tierra, en mi casa. Y en este, además, actúa mi vecino. Antes dije que no había normas, pero ¿Sabes cuál es la única regla? Que tú no eliges el festival. El festival te elige a ti. Disfruta al máximo el que te ha tocado.
20:04. También el artista ha crecido en esta gira. Sobre todo, él. Y es que José Antonio ha sufrido una tremenda evolución a lo largo de las semanas que llevamos de gira. Los primeros días aparecía tímido, pidiendo permiso, casi perdón, por atreverse a cantar. Y eso hacía: cantaba, se despedía, y desaparecía. Ahora, Ariza se muestra más poderoso en el escenario, más artista. Llenando la escena desde antes de iniciar su actuación. Cuando llega su turno, saluda al público, infunde ánimo a todos, presenta la canción, e incita a la gente a acompañarle. Y por supuesto, canta. Regalando su arte, pero también belleza, esperanza, conexión, felicidad. Es solo una canción. Y lo significa todo.
20:05. El concierto hoy ha terminado. Y como siempre, no ha defraudado a nadie. Es solo una sola canción. Siempre una; siempre diferente; siempre exquisita en su elección, y brillante en la ejecución. Siempre interesante la puesta en escena. Hoy ha sido el “O sole mío”, pero el repertorio a lo largo de estos días es ya muy variado. Y es que, a pesar de su condición de barítono, José Antonio no ha dudado en salir continuamente de su estilo para tratar de agradar a su audiencia: el “Ave María” de Schubert, “Color esperanza” de Coti, “La traviata” de Verdi, “Granada” de Agustín Lara, o un de los mejores tangos de todos los tiempos, “Volver”, de Carlos Gardel, son algunos ejemplos. Aunque quizás el más logrado y emotivo de todos fue “La belleza”, homenaje el día que el gran Luis Eduardo Aute echó el telón del escenario de la vida.
20:06. Sin querer esconder mi admiración por este enorme descubrimiento al que puedo llamar con orgullo vecino, deseo que pronto su gira cambie de localidad. Que admita nuevos espectadores, y que regale así su arte a otros públicos. Espero poder asistir también entonces, y disfrutar como ahora. Espero que me cueste mucho la entrada, pero que solo sea dinero esta vez; y vestirme, entonces sí, de gala. Y poder aplaudir a rabiar de nuevo, esta vez desde la distancia. Desde mi asiento, en el salón de butacas: sin palco, ni estrellas, ni chándal. Pero libre otra vez, sin miedo.
Angel Sierra
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